1. Diligencias.
Los vehículos partían, en la ciudad de México, de la llamada Casa de las Diligencias y normalmente no se detenían más que para cambiar de caballos. Ahí se comenzaban a juntar los pasajeros desde las tres y media de la mañana. Existían dos tipos de Diligencias, las que tenían un cupo limitado de nueve personas y las de doce personas. Eran muy parecidos a los que se tienen en Europa, carruajes manejados por el cochero y jalados por caballos. (Páginas 38 y 39)
2. Bandidos.
Algo característico de los caminos mexicanos en el siglo XIX eran los “bandidos”, en sentido estricto y amplio, porque durante la Intervención Francesa y el Segundo Imperio las autoridades imperiales dieron ese nombre a salteadores y a guerrilleros por igual. No deja de llamar la atención, sin embargo, que Carlota, en una carta enviada a la emperatriz Eugenia, aseguraba que “En México se está casi lo mismo que en Europa: a media hora de aquí se corre el riesgo de ser asaltado, en cualquier momento, por bandidos…”. Tenemos entonces, que no era una peculiaridad de nuestros caminos sino algo generalizado y producto, quizá, de un siglo en el que menudearon las luchas que configuraron naciones. (Páginas 41 y 42)
3. Tresillo.
Los oficiales franceses acostumbrados a jugar baccarat y las apuestas eran elevadas; en la corte cruzaban apuestas en partidas de billar y de tresillo. En las tertulias familiares también se acostumbraba jugar a las cartas y con apuestas.
Con ese fin instalaban, en una habitación contigua al salón principal, lo necesario para jugar malilla o tresillo. Hombres circunspectos se colocaban alrededor de la mesita con tapete verde, sobre el cual destacaban elegantes fichas de marfil para llevar la cuanta en las partidas de malilla o tresillo. La ceremonia era de lo más solemne y verosímil que pudiera uno imaginarse, pues no dejaban de darse las invocaciones, por parte de los jugadores, a La santísima trinidad (para que saliera un tres), a Santiago apóstol (si lo que necesitaba era un caballo), al rey David (por razones obvias), a los ojos de Santa Lucia (para que la siguiente carta fuera un dos) , o si lo que hacía falta era un siete, los dolores y los gozos eran los invocados. (Páginas 58 y 59)
4. 1863.
En una carta enviada a Bazaine por su comisario extraordinario de hacienda, el 22 de diciembre de 1863, se puede leer que en “los juegos prohibidos, pero están permitidos”, como el monte y la ruleta –mejor conocida por los mexicanos como imperial– circulaba una muy considerable cantidad de dinero que nadie sabía a donde iba a dar, de ahí que recomendara a la regencia la prohibición efectiva u absoluta de los juegos, con sanciones rigurosas para los que infringieran la disposición, pues de esta manera “la moral ganaría y el tesoro no se perdería nada puesto que las mismas autoridades policiacas –para no variar– estaban implicadas en el negocio. (Página 60).
5. Carcamán.
El más popular o populachero de todos los juegos era el llamado carcamán. Su popularidad se debía, tal vez, a que el carcamanero, también llamado misionero, porque andaba de feria en feria por todos los pueblos, y aunque no hubiera feria se trasladaba de una a otro lado y se instalaba en cualquier calle, plaza, o esquina muy concurrida, atraía a los jugadores con versitos picantes y burlescos de los que no quedan muestra, porque los cronistas de la época pecaron de pudorosos y solo recogieron los más decentes. (Página 70).
6. Lotería.
Otro juego igual de popular y que ha llegado hasta nuestros días en versión familiar, era el de la lotería de cartones. Lo característico era que no se mencionaran de manera directa las figuras de las cartas, sino por alegoría, metáfora o símil, por ejemplo: la cobija de los pobres era el sol; el que cantó a San Pedro, el gallo; la perdición de los hombres, la dama; el caso que te hago es poco, el cazo, etcétera. También había lotería de cartones en las que estos no tenían figuras sino números y se corría de manera similar: los anteojos de Pilatos era el 8; las alcayatas, el 77; el jorobadito, el 3; y sigan inventado tanto cuanto se les ocurra. (Página 73).
7. Corte de Carlota y Maximiliano.
No se concebía un Imperio sin corte, mucho menos sin cortesanos. En consecuencia, todo Imperio que se preciare de serlo debía parecerse al de los europeos.
Por otra parte, la creatividad es algo que no marcha con la idea de la aristocracia, de ahí que las cortes europeas fueran tan similares y también iguales en algo: el aparato –organización, protocolo, ceremonial todo ello producto y extensión de cultos, atavismos y rituales con dos caras: una publica y otra cerrada, oculta casi–. (Página 74).
8. Fiestas cívicas.
El calendario de fiestas cívicas y celebraciones también quedaba establecido en el ceremonial y eran:
El aniversario de la Independencia, cumpleaños de Maximiliano, del corpus y de su señora de Guadalupe, así como las de corte, a saber: el de san Carlos, los grandes bailes, los grandes banquetes, los grandes y pequeños conciertos, las funciones de fala u ordinarias en el teatro, las fiestas de palacio, las tertulias y las comidas en el Palacio. (Página 79).
9. ¿Por qué se llama “Diré adiós a los Señores”?
El emperador, al terminar su tabaco, se retiraba diciendo esta frase, que llegó a ser proverbial: “Diré adiós a los Señores”.
Apreciable Benjamín: Al revisar la actividad de "Dire...." noto que realizó una lectura adecuada ya que las respuestas son correctas, sin, embargo, en ese formato que solicite, es importante respetar las instrucciones, ya que en el tema de las intervenciones tampoco lo realizó como lo indique. Lo anterior le puede restar décimas.
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